jueves, 21 de mayo de 2015

El Otro Caribe

"El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos." (Marcel Proust)

Santo Domingo, República Dominicana. Me suena, ¿eso está en el Caribe, no?, a mi me viene a la cabeza la imagen de un escaparate de agencia de viajes anunciando un llamativo paquete vacacional “todo incluido” con fondo de cocoteros. ¿Ahí está Varadero, Punta Cana o Cancún?, la verdad es que ni lo sé ni me importa, me da igual ir de vacaciones a La Española, a Cuba o a la península de Yucatán. Todos esos maravillosos destinos en los cuales uno no se tiene que preocupar de nada ni pensar en nada, solo comer, beber y tostarse el cuerpo a base de consecutivas horas de sol. ¿Porqué preocuparse por la historia y realidad social del país cuando lo único que te venden es arena blanca y mojitos con sombrilla? ¡Pura felicidad!

¿Alguien se acuerda de Juan Pablo Duarte o sabe algo de Joaquín Balaguer? ¿Los que van a Punta Cana saben que durante 31 años la capital del país se llamó Ciudad Trujillo? Al menos alguien se acordará de su magnánimo mandatario durante esos años, Rafael Leónidas Trujillo, conocido com “el Chivo”, toda una eminencia en temas dictatoriales y un referente mundial cuando se trata de (saltarse) derechos humanos. El gran salvador del país, quien no perdonaba ni a los de su familia, el que torturó y exterminó por el bien de la república. ¡Pero hay más! En el Caribe hay un país que se llama Haití. Es famoso por los desastres naturales que lo arrasan a menudo, suele salir en televisión y en las campañas de Intermón Oxfam. Es uno de los países más pobres del mundo, ¡y comparte isla con la República Dominicana! ¿De verdad? ¿Alguno de los turistas con pulserita sabe que hay una barrera física que parte la isla y separa los dos países? Como en Palestina, el Sáhara Occidental o entre Marruecos y las ciudades españolas Ceuta y Melilla. ¡Ánimo!, solo hace falta un poco de determinación y cruzar la valla del resort, ahí fuera espera un mundo de contrastes y maravillosas gentes. Habrá que cambiar las gafas de turista por las de explorador y mirar alrededor con otros ojos, seguro no defraudará.

El principal reclamo turístico de la isla

Y como cada vez que emprendo un nuevo viaje, la incertidumbre, la emoción y el respeto se mezclan a partes iguales, y me sabe a gloria.
Después del vuelo transoceánico  llego al hotel justo a tiempo para la reunión de la pre-evaluación. Casi todo son caras nuevas. Aquí se junta gente de más de veinte países diferentes, del norte y del sur, más ricos y menos, blancos, negros y tostados. En la variedad está el gusto.
En mi casa me enseñaron que nunca se deben tener prejuicios, y siempre intento hacer caso a esta premisa, pero por muy hippie y moralista que uno sea es muy complicado no dejarse empapar por los cánones y las ideas difundidas y a veces tan socialmente arraigadas.
Pese a que no me considero en absoluto libre de tener ideas preformadas sobre la gente, después de cada viaje vuelvo más cargada de sorpresas, positivas y negativas, y sobretodo más libre de prejuicios, convencida de que siempre, sin excepción alguna, cada persona que nos cruzamos en el camino nos va a enseñar algo.  

Después de medio descansar unas pocas horas, y con un tenaz jet lag que me despierta antes de las cinco de la mañana, partimos a una especie de jardines/club de campo donde han organizado todo el tinglado de las evaluaciones.


Valoración de pacientes

Los trabajadores locales de la fundación dominicana ya han realizado una preselección de los pacientes, y aquí solo nos llegan los más que probables candidatos a cirugía, con pruebas complementarias ya realizadas. Esto agiliza muchísimo el trabajo, así que con un solo día ya tenemos todos los pacientes valorados y triados, listos para confeccionar la programación quirúrgica. Pese a hablar el mismo idioma se crean situaciones de curiosa incomprensión, quien observara desde fuera podría pensar en una conversación entre sordomudos en lugar de una entrevista médico-paciente. Frecuentemente, ellos no me entienden a mi ni yo a ellos, pero a base de hablar muy fuerte y gesticular a lo grande nos arreglamos.

Fotos de Justin Weiler ®



El día siguiente es libre para la mayoría del equipo. A unos pocos nos toca hacer docencia. El equipo local nos pidió a un representante de cada especialidad que impartiéramos un curso formativo para el personal del hospital, y me tocó a mí. Cuando me lo pidieron la verdad es que se me hizo una montaña, pero gracias a mi compi y maestra de Valle, Erika, que me ayudó con el tema y el material, y unas cuantas horas peleándome a muerte con el power-point, todo salió rodado.

Pasamos todo el domingo disfrutando de esas playas que se anuncian en las agencias de viaje, tostándonos al sol como lagartos y refrescando el cuerpo con unas cuantas cervecitas de “germanor”, todo sea por la cohesión del equipo y el buen funcionamiento de la semana quirúrgica.

Es mi segunda misión con Operation Smile desde que me acreditaron como anestesióloga de la fundación, así que aún me siento tan novata como el primer día que me tocó en Monterrey, México, anestesiar a un niño con problemas de labio leporino o paladar hendido. Para añadirle emoción al asunto, la noche del domingo al lunes (primer día de cirugías), me la paso enterita encadenada al wáter, atacada por una feroz gastroenteritis, ¿la fruta sin lavar?, ¿los hielos de las copitas bajo el sol caribeño del domingo?, ¿los nervios? Da lo mismo. Solo queda atiborrarse a fortasec y primperan y adelante, como los valientes.
Llegamos al hospital y yo en realidad solo quiero volver al hotel y dormir, estoy hecha un trapo. Rápidamente me quitan la idea de la cabeza, parece que estamos justos de anestesiólogos, si me voy, se suspende mi mesa. Hay ocasiones en que sin saber ni como ni por qué, el cuerpo se vuelve sabio y responde como toca, así que sin más problemas ni huidas al lavabo, la barriga se me recompone y la mañana transcurre como debe, todos los niños se operan sin problemas.



Santo Domingo tiene muchas caras, siguiendo el modelo de crecimiento de muchas ciudades de latinoamérica, abrupto, rápido y desmedido, la parte moderna de la ciudad está más pensada para los coches que para las personas. Grandísimas avenidas de más de cinco carriles por sentido, centros comerciales que ocupan manzanas enteras, edificios inmensos de oficinas, espectaculares barrios residenciales llenos de mansiones con cámaras de video controlando la puerta y guardas de seguridad, un tráfico enloquecido, mucho ruido y mucho humo.   
La desigualdad se masca en el ambiente. Se mezclan montañas de porquería con hoteles de lujo, modernos gimnasios de paredes acristaladas, donde puedes entrenar en tu cinta elíptica mientras observas como gente rebusca en cualquier basura alguna cosa para comer. Se puede ver en horas tempranas de la mañana niños desperezándose, saliendo de lo que se supone es su cama, y no es más que el suelo debajo del puente donde duermen. Ciudad de contrastes.

El casco antiguo es un remanso de paz. De arquitectura colonial, limpio y arrimado a la orilla del mar. Pasear por aquí te trae aromas de muchas ciudades españolas. Un día terminamos pronto las intervenciones y dedicamos el final de la tarde a pasear con tranquilidad por las callejuelas adoquinadas, cotillear en coquetas tiendas de artesanía y disfrutar la cálida y pegajosa brisa marina. Cualquiera diría que hemos cambiado completamente de ciudad, de país o de continente. De nuevo me reafirmo: ciudad de contrastes.

La semana en el hospital transcurre algo agitada. Parece que hay una epidemia de algún tipo de virus respiratorio y muchos de los niños llegan medio enfermos, lo que nos ocasiona algún que otro problemilla, inducciones laboriosas y despertares un poco complicados. Además de esto vamos bastante justos de personal, cada día temprano por la mañana tenemos que organizarnos y en ocasiones reestructurar el programa. A pesar de todo, los niños son fuertes y nosotros flexibles, y en general, cuando alargas el brazo en busca de una mano amiga ante cualquier dificultad que se presente, encuentras ese apoyo. Ya sea de otro compañero anestesiólogo, del personal de enfermería o de algún cirujano motivado y encantado de echarte una mano.
Finalmente, el balance es muy bueno, se han operado casi cien niños y no hemos tenido ninguna complicación importante.




Última noche, noche de celebraciones y despedidas. Bailes para los que saben bailar, risas y cachondeo. Muchos “espero volverte a ver, sea donde sea del mundo”, sabiendo que a bastantes difícilmente les seguirás la pista, otros, por las razones más dispares, se quedan más dentro de ti, y hacen del mensaje “siempre se aprende algo de las personas que te cruzas en el camino” algo más real y palpable.


La misma niña varios años después de su operación