viernes, 13 de noviembre de 2015

La Historia más Bonita

"Qué maravilloso es que nadie tenga que esperar ningún segundo antes de empezar a mejorar el mundo." (Anna Frank, Diario de Anna Frank)

La historia más bonita de este viaje es la de Ana. Ana tiene 64 años, ni más ni menos. Viene el día de las evaluaciones casi a última hora. Llevamos valorados más de cien niños, ha anochecido hace rato y continúa haciendo un calor infernal. Los ventiladores que hay en el techo de cada sala no hacen más que remover el aire pegajoso y caliente, los pasillos están abarrotados de gente, el ambiente es denso y nuestras cabezas empiezan a adquirir la misma espesura.
Pero Ana no pasa desapercibida a nadie. La cinta que le retira el pelo de la cara nos deja ver unas facciones duras y curtidas, sortea a los niños que invaden los pasillos caminando con una mezcla de timidez y poderío. Viene acompañada de su esposo, que no le suelta la mano en ningún momento. Cuando la valoramos nos habla de su familia, de sus nietos y de su vida en el campo, en ocasiones es difícil entenderla, Ana tiene una fisura labio-palatina completa que le impide vocalizar con claridad, pero parece que esto no le ha supuesto ninguna limitación, ni le ha impedido llevar una vida normal y ordinaria.

 Día de evaluaciones (fotos: Harrym Ramírez)

Ana (foto: Harrym Ramírez)

Acostumbrados nosotros a vivir en un país donde una malformación como está es fácil y rápidamente operada, es muy complicado hacerse a la idea de cómo se puede llevar una vida tan llanamente normal cuando tu cara, tu espejo del alma, está totalmente desestructurado. Miramos a los niños con sus labios leporinos riendo y jugando sin parar, a ellos nada les importa. En nuestro interior pensamos, si estos mismos chiquillos fueran adultos ahora mismo, qué dura se les haría la vida, qué dificultades tendrían por delante. Por eso, cuando suponemos como debería ser la vida de Ana nos imaginamos a una pobre señora amargada y solitaria, triste y carente de oportunidades. La sorpresa de esta historia no es tener un caso de malformación primaria con 64 años, si no tener la suerte de poder tratar a una persona que ha sido y es feliz, que se ha enamorado, ha visto nacer y crecer a sus hijos, ha disfrutado de la vida, e incluso ha tenido la alegría de ser abuela. 
Historias como esta son las que realmente nos alteran los engranajes del espíritu

Montería es una ciudad normal. Y digo normal porque no es fea ni es bonita, ni es grande ni tampoco pequeña. Extremadamente rica y extremadamente pobre al mismo tiempo, como tantas otras urbes de este continente, donde se alternan mansiones que nada tendrían que envidiar a la mítica Falcon Crest, con chabolas que no se aguantan ni con dos palos. Y este revoltijo tan dispar a tan solo unas calles de distancia. 
Lo que sí tiene Montería es calor, muchísimo calor. Todo el santo día. Y cuando cae la noche y crees que va a amainar, el calor sigue atacando con la misma intensidad. Hay momentos en que uno siente que una gran hoguera envía sin cesar sus humaredas calientes desde la lejanía. La gente siempre lleva un pañuelo en sus manos con el que van secando los chorretones de sudor que se deslizan por sus sofocadas caras. Parece imposible acostumbrarse. 
Yo llegué aquí por casualidad, me avisaron con unos pocos días de antelación. ¿Puedes estar en Colombia la semana que viene? Y qué gustazo tan enorme cuando respondes un mail diciendo, claro, contad conmigo. A mí estos gestos me dan sensación de libertad, de alguna manera, esa falta de control sobre el futuro inmediato me fascina. Ese poder cambiar radicalmente de planes, hasta el punto de pasar de un continente a otro en una semana sin planificarlo, me resulta cuanto menos excitante.  
Por si fuera poco, en esta misión coincido con Erika, adjunta de Valle, ex profe mía. Viajamos las dos desde Barcelona, el trayecto es largo, noche en Bogotá, por lo menos entre dos se hace más ligero. Matamos las largas horas de viaje explicándonos la vida, inventando nuevos proyectos, nuevos destinos, recordando anécdotas pasadas y poniéndonos al día

Al bajar del avión una bofetada de aire caliente hace aún más difícil el despertar de la dura resaca del viaje. No pasa nada, hoy no hay nada planeado, es día para descansar y acostumbrarse a este horno de ciudad. 
La familia de Erika vive aquí, los papás son encantadores y deciden adoptarme y acogerme en el plan que tenían programado. Finalmente este primer día, que no prometía nada especial, se convierte en una súper comilona en buena compañía y una tarde en remojo en la maravillosa piscina de la casa familiar, todo ello regado con algunas copitas de aguardiente colombiano, para ir acostumbrándose al terreno.


La semana quirúrgica transcurre con bastante normalidad, muchísimas horas de quirófano, como viene siendo habitual.  Trabajo, cansancio, muchas intervenciones.
Como tantas otras veces, se abre frente a mí una amalgama de gente de la más diversa condición. De nuevo la experiencia de conocer profesionales increíbles, personas que te hacen partícipe de sus objetivos, vivencias y aventuras, que te enseñan con cada gesto o palabra. También la otra cara de la moneda, esos individuos que inevitablemente en ocasiones se cruzan en tu vida haciendo aflorar instintos asesinos y unas ganas locas de estrujar unas cuantas cabezas. Finalmente, lo bueno y lo no tan bueno, todo aporta. 

(fotos: Harrym Ramírez)

Días de quirófano
Equipamiento


Este viaje es más fugaz, cuando ya casi me acostumbro al cambio horario en el país, es hora de volver a casa. 
El último día en el hospital aprovecho para pasar a ver a los niños en las habitaciones. Todos apretaditos, algunos en colchones en el suelo, mucha gente, papás, mamás, enfermeras y demás personal. El ambiente es festivo y alegre, nadie se queja del calor ni de las incomodidades. Cuando ya me dispongo a salir, reparo en una señora sentada en un banco en el pasillo del hospital, vestida con una camisa blanca y con el cabello trenzado, es Ana y casi no la reconozco. “Gracias, gracias a todos”, me dice. Solo puedo responder, con un nudo en la garganta, “Gracias a ti, Ana”.

Ana

Postoperatorios (fotos: Harrym Ramírez)

Esas grandes personas...

miércoles, 1 de julio de 2015

El Sueño Indígena

“Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños.” (Julio Cortázar)

Hoy es martes, y hará dos semanas que llegamos a San Cristóbal de las Casas. Igual que tantos otros días, vamos temprano al hospital. La imagen es familiar,  madres, abuelas y hermanas quienes muy dignas cargan sus bebés, envueltos en grandes pañuelos y atados a sus espaldas,  como si fueran crisálidas. Padres que vigilan de forma despistada a los niños más mayores, mucha gente y mucho alboroto.
Se palpa una importante diferencia con los primeros días, donde había ansiedad, miedos y dudas ahora hay orgullo y alegría.
Se cumplen ya varios días desde que los niños fueron operados, y hoy es la valoración postoperatoria. Yo nunca había asistido a tal evento, dado que normalmente y llegados a este punto, los anestesiólogos ya no somos necesarios, por lo que  casi todos los voluntarios se han vuelto a casa. Pero en esta ocasión, aprovechando que he alargado unos días la estancia por estas tierras, visito el hospital y aprovecho para echar  una mano si es necesario.
Además, Jordi llegó hace unos días, vamos a hacer un viajecito por la región, pero antes de marchar quiero que vea con sus propios ojos lo que hacemos y lo que tantas veces le he contado.





El circuito es sencillo y rápido, el niño llega, se le hacen unas cuantas preguntas sobre la evolución de su intervención, cura de la herida, control por el cirujano, foto finish y a casa.
Aunque a todos los niños siempre les tratas igual, en cada misión siempre hay uno del que te enamoras. Sin razón especial, sabes que de repente es tu niño favorito. En este viaje, yo tengo un amor a primera vista con un tal Angel Tadeo, regordete y manso, de mirada calmada y pelo de punta. De esos niños que te dirigen la mirada y parece que te conozcan.
Cuando estás metido en la vorágine de la semana quirúrgica no piensas más en ello, “que niño más mono, que suerte que se haya podido operar”, también piensas “ probablemente no lo volveré a ver”. Pero esta vez es diferente, estamos aquí de vuelta. En seguida lo busco entre la multitud y no me cuesta encontrarlo. Vestido con una camisetita roja que le va un poco pequeña, saliéndole la panza por bajo  y con esa misma cara de empanado, ya casi ni se le nota la cicatriz. Me quedo sin palabras.

Revisión por el cirujano



Revisión y foto finish


Fotografiando mientras Jordi distrae al niño

Ángel Tadeo

Aunque parece que la gente se haya vestido de fiesta para venir al hospital, los complicados ropajes de las etnias tsotsil y tseltal son su uniforme habitual, tanto dentro como fuera de sus aldeas. Ellas lucen el pelo, larguísimo y negro como el carbón,  trenzado con cintas de colores entre los cabellos. Las trenzas les llegan más allá de la cintura, y a más de un niño le sirven como asa para no perderse de su madre.
Los vestidos son muy diferentes, no sé de qué poblaciones son característicos cada uno. El más lucido por todas, y que personalmente a mí más me impresiona es el de algunas mujeres tsotsil, que se visten con una enorme piel de cordero negro sin curtir. Se la enrollan a la cintura a modo de falda y lo complementan con una especie de corpiño de color apagado. Algunos hombres se colocan también una piel de cordero, en este caso blanca, que ajustan a la cintura con un pequeño cinturón.





Es mi cuarto viaje a México, pero de entre todos los anteriores, nunca había quedado tan impresionada como cuando llegué a Chiapas.
Como en todas las misiones de Operation Smile, empezamos el jueves con dos días de valoración de pacientes. Cuando llegamos al hospital lo primero que sorprende es que todo está escrito trilingüe, en español, tsotsil y tseltal (completamente incomprensibles para oídos europeos). Casi todos los pacientes y padres  van vestidos con las ropas tradicionales, inclusive los niños pequeños. A la hora de examinarles y hacerles un pequeño interrogatorio, necesitamos de unos chavales que rondan por la sala, los traductores. Brazalete azul tsotsil, brazalete rojo tseltal. Las valoraciones son lentas, pero poco a poco vamos avanzando.
Todos huelen de manera particular, al principio lo percibes de refilón, pero al rato se convierte en un olor familiar. Leña quemada. Pregunto por qué, y la respuesta es evidente, ¿Cómo no van a oler así, si cocinan con hogueras dentro de casa?

Hospital de las Culturas, San Cristóbal de las Casas



Trilingüismo





Valoración preanestésica

A veces nos quedamos atascados con algún paciente, las historias que explican son para no dormir.
Una niña se tapa vergonzosa la boca con la mano, con su labio leporino primario y sus quince años, prácticamente no ha salido de su casa. No puede ir a la escuela porque está deformada, así que se dedica a fregar platos desde los seis años. Nos cuenta que cuando come lo hace contra la pared, así nadie puede verle la boca.
Casos como el de Rubén, que pese a ser mestizo su piel es extremadamente blanca, tiene 25 años y tampoco ha ido a la escuela, las poquísimas veces que sale de su casa lo hace tapado con una mascarilla.
Sin entrar en más reflexiones, es un buen momento para ser consciente de la injusticia y de que sin duda,  la determinación geográfica marcará nuestras vidas.

El territorio de Chiapas tiene mucho de especial. Marcado por la presencia de la selva y  cuna de la cultura maya. De tradición agrícola y rural, sus habitantes son indígenas arraigados con una fuerte personalidad que los diferencia de otras regiones. Esta zona del país es una de las que más sufre el bajo nivel de desarrollo.  Los abusos contra los pueblos indígenas y la fortísima desigualdad social, generaron un conflicto larvado que  salió a la luz el 1 de enero de 1994, con el levantamiento zapatista, que pese a estar parcialmente silenciado los últimos años, perdura  hasta el momento.

Después de las valoraciones y un pequeño respiro el fin de semana, el lunes comienzan las intervenciones, cinco mesas,  cinco niños  por mesa, cinco días de cirugía.  Quitando los que se anulan porque enganchan una gripe o similar, se operan entre veinte y veinticinco pacientes al día.
Los días se suceden sin demasiados problemas. Los pacientes son fuertes, pese a que muchos de ellos están algo desnutridos. Durante el día, la sensación en algunos momentos, es de cadena de producción masiva. Niño entra, anestesia, cirugía, recuperación, a la planta, y así sucesivamente.
A veces es necesario relajar un poco, dejar de lado el cansancio y la concentración, obviar que llevas días despertándote a las cinco de la mañana, olvidarte de las atroces indigestiones y diarreas. Parar la maquinaria y disfrutar del momento, volver a pensar en la suerte que es poder vivir estas cosas, aprender de cada lugar y de sus gentes, sentirte por un momento parte de sus vidas y ellos, parte de la tuya.


Día de ocio

Cocodrilos chiapanecos en el Cañón del Sumidero

Las chicas de Valle



Celebrando Sant Jordi

Así, una semana después, en el postoperatorio, cuando ya se paró la maquinaria de producción, de maremoto pasamos a  calma chicha, cuando ya ha habido tiempo para asimilar y disfrutar realmente este proyecto. Ahora sí, plenamente enamorada ya de este lugar, que incluso antes de venir se dibujaba en mi mente como misterioso, selvático, rebelde y atractivo, pongo el broche final a la misión. Hasta aquí el trabajo. Ahora toca empezar a planear el viaje, unas semanas más para poder indagar en la zona.
Me despido de los niños, las familias y los compañeros, un último paseo por el hospital, un pequeño momento de contemplación, y un adiós especial a Angel Tadeo, el niño de mis ojos.

 Ángel Tadeo, antes y después

 Familia orgullosa