"Lo que embellece el desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua." (Antoine de Saint-Exupéry)
Sáhara significa desierto. Cuando te levantas la primera mañana, aun con los ojos pegados del sueño y agotada por el largo viaje del día anterior, abres la puerta, miras a tu alrededor y eso es todo lo que ves. Desierto.
Sáhara significa desierto. Cuando te levantas la primera mañana, aun con los ojos pegados del sueño y agotada por el largo viaje del día anterior, abres la puerta, miras a tu alrededor y eso es todo lo que ves. Desierto.
Mi
amiga Tina es uróloga y trabaja en Mallorca. El año pasado fue a los
campamentos de refugiados saharauis con la comisión de urología de Baleares,
y este año vuelve. Ella fue quien me llamó para decirme que les faltaba un
anestesista, a ver si quería apuntarme con ellos. La ocasión era perfecta, las
fechas cuadraban, el lugar atractivo, y además compartirlo con la mejor
compañía, mi amiga del alma. ¿Qué más se podía pedir?
Salimos
un sábado por la tarde de Barcelona, avión a Argel, y de allí a Tindouf. Cuando
llegamos nos estaba esperando la escolta, dos coches de militares argelinos que
nos acompañarán hasta la “frontera” con la RASD, territorio bajo la
influencia del Frente Polisario. Allí cambiamos la escolta argelina por la
saharaui, que será la que venga con nosotros hasta Bol.la, lugar donde
residiremos durante todo el proyecto.
La
RASD (República Árabe Saharaui Democrática) es una nación sin estado. Fue
provincia española hasta 1976, cuando tras el proyecto de descolonialización
africana, España se retiró del juego y el territorio se anexó a Marruecos y
Mauritania. Pronto Mauritania renunció a sus territorios, y quedó ocupada
únicamente por Marruecos.
Hubo
guerra, los saharauis lucharon por su tierra y su identidad y finalmente fueron
expulsados de su territorio, asentándose en campamentos de refugiados en Tindouf,
Argelia. Allí es donde vamos.
Uno de los campamentos
La
casa donde nos quedamos es grande y acogedora, un salón, cocina, baños y varias
habitaciones con camitas. La decoración se reduce a puzzles enmarcados y rosas
del desierto por todas partes. También cuelgan algunas fotos en el corcho de la
cocina, y recetas escritas a mano en la pared.
La
mujer de la casa es Rossana. La increíble Rossana. Nunca había conocido a nadie
como ella, cada minuto que pasamos hablando, cada etapa de su vida me fascina.
Rossana está dedicada en cuerpo y alma a los niños saharauis con discapacidad.
No le gusta Italia, sólo vuelve para renovar su visado. Se ha convertido en
mujer del desierto, allí se siente bien, se siente útil. En el desierto la
necesitan como el agua.
El
primer día siempre es un poco confuso. El viaje me dejó agotada, no estoy
familiarizada con el lugar ni con la gente, pero poco a poco parece que las
cosas empiezan a rodar. Es lunes y hasta el jueves no contamos con empezar las
intervenciones, dedicamos estos días a deshacer cajas, preparar el material,
organizar quirófanos y comprobar que todo el equipamiento funcione como toca.
Aquí pocas cosas se pueden dejar al azar, es importante que todo (o casi todo)
esté previsto.
El hospital y al fondo la casa de Rossana
El hospital visto desde detrás
La puerta del hospital desde dentro
El
hospital queda a unos 200 metros de la casa, así que podemos ir y venir
caminando. Las instalaciones no están mal, habitaciones básicas, sala de pre y
postoperatorio y dos quirófanos prácticamente vacíos. Toca llenarlos, después
de pasar un buen rato limpiándolos, claro. Cada vez que hay un poco de
viento la arena se filtra por no sé qué recovecos, con lo que nos encontramos
con pequeñas dunas dentro de las salas. Paso toda una mañana sacando arena y
porquería del respirador, parece increíble la cantidad de huequecitos que
tienen estos aparatos.
Mientras
parte del equipo nos dedicamos a la puesta a punto, los urólogos y los
ginecólogos visitan y seleccionan los casos, organizan y confeccionan la
programación quirúrgica que llevaremos a cabo durante seis días consecutivos.
Parecía
que no pero el trabajo cunde, y al finalizar el tercer día, todo tiene otro
aspecto, los quirófanos son quirófanos de verdad, llenos de material, limpios y
ordenados, dispuestos para el ataque. La programación está hecha, y nosotros
preparados y con ganas.
Esperando fuera
Pacientes esperando a ser visitados
Cajas y más cajas
Bayeta en mano limpiando el respirador
Por
fin llega el primer día quirúrgico, los primeros pacientes esperan en la sala
preoperatoria recién duchados y vestidos con camisón de hospital. La imagen es
discordante y peculiar. Ellos son hombres del desierto, orgullosos, curtidos,
los pies de cuero, la mirada penetrante y expresiva a través de la tintura de
khol, normalmente ataviados con chilabas o largas túnicas, la tez color
aceituna. Llegamos nosotros, cooperantes europeos y les hacemos vestirse con un
camisoncito de lunares abierto por detrás. Roza la blasfemia.
Dejando
de lado el particular punto estético, empezamos finalmente a hacer lo que
sabemos. Trabajamos a dos quirófanos simultáneos. La mayoría de los pacientes
son varones a quienes se les realiza resección prostática endoscópica, también
se hará cirugía laparoscópica y algún caso de gine.
En el preoperatorio haciendo un electro a un paciente
Los
saharauis no beben. En el desierto el agua escasea así que se limitan a tomar
té varias veces al día. Si a esto le añades el ayuno preoperatorio el resultado
es que los pacientes llegan a quirófano bastante deshidratados. Cuando les colocas
un suero se produce un efecto interesante, da la sensación de que se hinchan,
la piel se les pone turgente, a mi me hace pensar en esas toallitas que te
traen en los restaurantes japoneses, que son duras y pequeñitas y cuando las
mojas crecen y se convierten en toalla.
Pasamos
calor en quirófano, y cuando al borde de la asfixia enchufamos el climatizador,
el ruido es tal que parece que hubiéramos metido un motor de avioneta. Así,
entre gritos y sofocos, paciente tras paciente llegamos al final del día.
El
sol ya ha caído, desandamos el camino a casa bajo el negro manto estrellado del
desierto. Rossana nos espera con la mesa puesta y la cena preparada
Trabajo de quirófano
Cirugía endoscópica
Aquí
todo sucede de forma peculiar, a veces nuestra mentalidad occidental necesita
hacer esfuerzos y refrescarse un poco, respirar y asumir que nuestra forma de
hacer las cosas es diferente. El segundo o tercer día de quirófano tenemos un
paciente que sangra, un poco, no mucho, pero lo suficiente como para quedarse
bastante hecho polvo, y teniendo en cuenta que el señor en cuestión es mayor y no
llega a pesar sesenta kilos, yo me empeño en transfundirle sangre.
¿Qué
harías en casa? Pues girarte y pedirlo a la enfermera, y en veinte minutos
tendrías tu bolsita de sangre del mismo grupo, comprobada y procesada para el
paciente. Bueno, pero estamos en mitad del desierto, el procedimiento tiene su
miga.
Me
dejan un teléfono argelino para que llame al “transfundidor”, y la conversación
adquiere un toque de chiste de Gila, en plan: - ¿Está el transfundidor? Que se
ponga. Hablo con el susodicho, que media hora después llega conduciendo un
camioncito al hospital, trae con él una nevera portátil de estas de llevar la
tortilla y la sandía a la playa. Se presenta al paciente y le extrae una
muestra de sangre, a continuación le pregunta: - ¿Usted, cuánta familia tiene?
Pues ale, todos los familiares al camión, el transfundidor y su neverita se van
a un pequeño hospital a unos diez km donde hay un laboratorio.
Allí
cruzarán la sangre de cada familiar con la del paciente, y al orgulloso
afortunado compatible le extraerán ni más ni menos que un litro.
Un
par de horas después vuelve la camioneta, descarga a toda la gran familia y con
su bolsa de sangre bajo el brazo va a la habitación del paciente, donde se le
realiza la transfusión, así, calentita y sin tratar.
En
ese momento pienso, “he matado al paciente”, y cuál es mi sorpresa cuando a la
mañana siguiente me lo encuentro sentadito, sonrosado y encantado de la vida.
Cuando me dice “Doctora, me encuentro fenomenal”, no puedo más que abrir los
ojos como platos y en el fondo, renegar por un momento de
la medicina moderna.
Durante
todos los días que dura la misión nos encontramos con múltiples historias de
este cariz. Pacientes paseando por los pasillos con la sábana del hospital a
modo de turbante, familiares secando carne de camello en una acacia a la puerta
del hospital y un largo etcétera que hacen de la experiencia algo instructivo a
la par que divertido. Probablemente si los Monty Python pasaran unos días por
aquí, tendrían material para una película.
Carne de camello secándose
Como
parte negativa, estamos obligados a permanecer en la casa todo el tiempo que no
estamos trabajando. No se nos permite hacer turismo, tenemos que estar
constantemente vigilados por la escolta, debido a un momento de delicada
inestabilidad en las relaciones entre España y el Sahara.
Puesta de sol
Pinchitos de camello a la luz de las estrellas
Aún
así, entre que trabajamos bastante y el grupo es más que divertido, los días
pasan volando y sin darnos cuenta hemos finiquitado todo el programa
quirúrgico.
Ahora
nos toca rehacer todas las cajas, precintar, inventariar, dejarlo todo
preparado y guardarlo para el año que viene. Justo cuando terminamos nosotros
empieza a trabajar una comisión de oftalmología y lo querrán todo a su manera.
Y
cuando ya está todo casi desmontado, vienen los oftalmólogos y nos piden por
favor que les durmamos a una paciente. Aun no ha llegado la anestesióloga que
va con ellos y ha habido una chica que se ha llevado una pedrada en una
manifestación en uno de los campos de refugiados. Habrá que revisar el ojo y
necesita una anestesia general. Todos estamos por lo mismo y la cirugía
finalmente se realiza sin incidencias.
Y
con esto sí que sí cerramos nuestro trabajo en Bol.la. Habrá una parte del
grupo que aún permanecerán unos días y hará un viaje al sur, a los territorios
liberados, donde pasarán consulta. Seremos cuatro los que marchemos a casa en
avanzadilla.
Ultima
cena, después abrazos, despedidas y un pequeño momento contemplativo para decir
adiós al mágico y especial cielo del desierto. Más que adiós, que sea un hasta
pronto.